Por. J. Sadracht Hurtado C.
Admito que el quehacer teológico es arte y ciencia, pero sobre todo pasión, el teólogo hunde su ethos en el logos, conducido apasionado por el pneuma.
Siendo la teología arte y ciencia, lo cierto es que no se ha dejado conquistar, ni mucho menos atrapar, tampoco configurar, ni domesticar. Ante lo cual el teólogo se complace en disfrutar y reconocer con alegría que en el quehacer teológico purifica, profundiza y engrandece su comprensión de la esperanza. Asimismo, experimenta la necesidad de modificar humildemente su actitud, sus ideas preconcebidas, presuposiciones y cualquier tipo de dogmatismo que le impida reconstruirse, reformarse y renovarse constantemente de manera plena y total, en congruencia con su honestidad, ética, y la razón del ser en el quehacer reflexivo teológico.
Hablando seriamente, son muchas las razones, y buenas razones, para suscribirse al enunciado: toda actitud que no admite discusión de sus afirmaciones, opiniones o ideas, aunque carezca completamente de maldad o doble intención, aunque sea una actitud de buena fe y solemnidad, ésta se parece más a un lenguaje de bebé y un ceremonioso juego de niños; frente a la majestuosidad, inmensidad e infinitud de la tarea encomendada en el quehacer teológico.
La caracterización del quehacer teológico consiste y se fundamenta en su apertura a la libertad, facultad que se le confiere al teólogo capacitándole para actuar según sus valores, intenciones, razonamiento, intereses y voluntad desde sus limitaciones humanas sociales e intelectuales, pero con la esperanza de encontrarse en una comprensión cada vez más profunda de su fe.
Es verdad que el teólogo sufre tensiones, cada vez que, en su comprensión es deconstruido, se encuentra en un estado de expectación en el que es tentado a negar, desconfiar, o al menos ocultar los desafíos que implica sus nuevas observaciones hallazgos y descubrimientos. Es por ello, aunque suena y parece dogmático, ¡Y sí lo es! En el quehacer teológico siempre ha sido, y siempre será necesario un anclaje que fundamente la tarea en la vida de la comunidad teológica.
Esta plataforma de anclaje limita, conduce, configura y legítima toda actividad y producto de la reflexión teológica, dando sentido de pertenencia, actualización y contextualización a la tarea y vida del teólogo. Aunque no es la primera vez en que se percibe, se reflexiona y se trata el tema, es necesario repetirlo una vez más, solo la Escritura, ha sido establecida como la plataforma de anclaje fidedigno, confiable, verdadero y conductor del quehacer teológico. Aunque siempre es riesgoso, indudablemente, es preciso esperar la llegada de una nueva especie de teólogos, y para hablar con franqueza, ya los veo llegar, con ánimo y buen gusto, ¡Bienvenidos! Veo que son diferentes, tienen gustos e inclinaciones que difieren totalmente de las que estado en confort de admirar, teólogos de un novedoso aspecto, a quienes les confiamos la conservación, preservación y evaluación de nuestro quehacer teológico. Admitiendo, claro está, que deberán anclarse en la misma plataforma, ¡Sólo la Escritura!.
El futuro del quehacer teológico está abierto, es misterio, y sin ánimo de especular, no es susceptible de cálculos ni medible, es un futuro que contiene el pasado ante nuestro presente, es un futuro de esperanza, es un acontecimiento histórico, determinado para el esfuerzo creativo y dedicado a la gloria de Dios y el beneficio de los demás, para el quehacer teológico, es el espacio abierto en el que el teólogo vuelve constantemente a las Escrituras, para reconocerse, identificarse, y encontrarse con su vocación y llamado divino.
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